Cierto día, un joven vino a pedir ayuda a su párroco. Se trataba de un caso muy serio, para el cual el joven no veía remedio. Habría una reunión el siguiente domingo, de doctrina católica, y esta conferencia sería presidida por un orador muy famoso. Todos sus amigos irían, y él no quería perder un evento de tamaña relevancia.
Por eso, venía al sacerdote a pedir que diese otro sacrificio para realizar, pues el de domingo él no podría hacer. Al oír este pedido el padre no entendió a que se refería el joven. Le pidió que se explicase mejor. A este pedido recibió la siguiente respuesta: "Es que la reunión será en el horario del Santo Sacrificio de la Misa. De este modo, yo le pido que me dé otro sacrificio en el lugar del Santo Sacrificio del Domingo".
Ese equívoco relatado arriba muchas veces puede ser el de muchas personas, y no siempre tan jóvenes. La duda de nuestro joven - y que tal vez sea de muchas otras personas - puede expresarse de la siguiente manera: ¿Por qué la Santa Misa es llamada de sacrificio?
El gran problema se debe a la imprecisión del concepto de sacrificio. ¿Qué es en verdad un sacrificio? Para muchos el sacrificio es una acción muy dolorosa que se debe realizar, y de la cual no hay medios de escapar. Este concepto es por demás simple y no muestra el real tenor de un sacrificio, llegando así a confundir las ideas de las personas.
Según la doctrina católica, el sacrificio, en su sentido más estricto, es: "La oblación externa de una cosa sensible, con cierta destrucción de la misma, realizada por el sacerdote en honra de Dios para testimoniar su supremo dominio y nuestra completa sujeción a Él". [1]
Este concepto se aplica enteramente a la Santa Misa, lo que hace de este Augusto Acto un perfecto y excelente sacrificio, siendo así denominado Santo Sacrificio de la Misa.
Hagamos un paralelo del concepto referido arriba con la Santa Misa:
La oblación externa: no es por tanto un acto interior, el cual no es conocido por nadie. Al contrario la Santa Misa es una oración oficial de la Iglesia, mejor diciendo, es La Oración Oficial de la Santa Iglesia, centro de la fuerza vital del Cuerpo Místico de Cristo [2].
Y qué oblación... es el propio Hijo de Dios que se ofrece en las especies de pan y de vino. ¿Habrá oblación más agradable a Dios que su propio Hijo bien amado en el cual está todo su agrado? [3]
De una cosa sensible: es de primordial importancia para el hombre que el sacrificio sea de algo sensible, pues siendo el hombre compuesto de cuerpo y alma, el sacrificio debe atender también al cuerpo y no apenas al alma. En la Santa Misa lo que atiende a la sensibilidad del hombre es el hecho de ofrecerse el propio Cuerpo y Sangre de Cristo en las especies del pan y del vino transubstanciados.
Con cierta destrucción de la misma: para ser un sacrificio en estricto sentido, es necesario que aquello que se ofrece sea enteramente destruido. Es lo que se da en la Santa Misa por la comunión del sacerdote y de los fieles del Cuerpo y Sangre de Jesucristo.
Realizada por el sacerdote: es una ‘conditio sine qua non' para la existencia de la Santa Misa, un sacerdote debidamente consagrado por la imposición de las manos de un obispo.
En honra de Dios, para testimoniar su supremo dominio y nuestra completa sujeción a Él: No hay acto que más honre a Dios que la Santa Misa. Es la renovación incruenta del Sacrificio del Calvario realizada por el propio Cristo en la persona de su ministro. Al mismo tiempo, el hombre es invitado a confesar su total dependencia al Señor, no dejando por eso de pedirle ayuda y fuerzas para vencer las luchas de nuestro valle de lágrimas.
La Santa Misa es, pues, la más bella expresión externa en honor a Dios, una vez que es por Él mismo ofrecido como Segunda Persona de la Santísima Trinidad, siendo así El Verdadero Sacrificio de la Nueva Ley su sentido más estricto y perfecto.
Sepamos, por tanto, acercarnos a este Sublime Sacrificio, no como una carga o una dificultad, sino al contrario, como un auxilio en las grandes dificultades del mundo moderno y de nuestra vida particular. Acerquémonos a la Cena del Señor con verdadera fe y piedad, sabiendo que todo, absolutamente todo lo que nosotros pidamos a Él, no nos negará, pues estas fueron sus palabras: "cualquier cosa que pidáis en mi Nombre, será hecho" (Jn. 14,13). De esta manera no recibiremos la recriminación de Nuestro Señor: "Todavía no pediste nada en mi nombre..." (Jn 16, 24).
P. Millon Barros, EP,
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[1] ROYO MARÍN, Antonio. Teologia moral para seglares. Madrid: BAC, v. I, p. 286.
[2] Cfr. Ecclesia de Eucharistia, João Paulo II, 17 de Abril de 2003.
[3] Cf. Mt